jueves, 26 de diciembre de 2013

Confesiones. Otra vez

Cuanto más tiempo paso inmersa en las redes sociales, más me doy cuenta de que a nadie le importa lo que tengamos que decir. Leo, en ocasiones con demasiada asiduidad, el día a día de personas a las que no conozco, mientras que la gente cercana a mí se mantiene en un ceñudo mutismo cibernáutico. Mi muro se ha convertido en un escaparate lleno de spam, de farragosas confesiones de desamor, o de quejas por la resaca de fin de semana (por suerte, y porque tengo dos dedos de frente, estos casos son los menos). O de quejas por cómo va el país. O de quejas porque la gente es muy falsa. O de quejas porque a un señor que vive a doscientos kilómetros de mi casa no le ha gustado la opinión que di sobre los callos que comí la semana pasada. O de quejas porque es Navidad y porque eso es muy consumista y porque es una moda social y porque hay que apartarse de ellas. Creo haber perdido ya la cuenta de las quejas que he leído en estos últimos días sobre el hecho de "felicitar la Navidad", así como de las ingeniosísimas felicitaciones alternativas a estas fechas. 

Lo peor es que, a veces, me asalta la -gracias a Dios- transitoria idea de plasmar alguno de mis superprofundos pensamientos. O alguna queja, precisamente por todo lo anterior, o por algo nuevo. O una onírica reflexión que revela más de mí de lo que estaría tentada a admitir. Pero después, por esta maldita costumbre de pensar antes de abrir la boca y de contener mis dedos antes de ponerme a escribir a lo loco, hábito que he adquirido a fuerza de golpes machacones, me doy cuenta de que a nadie importa lo que yo tenga que decir. ¿Quién tendrá el más mínimo interés por saber que tengo la enfermedad del sueño, yo que no soy más que un individuo anónimo tras un pseudónimo literario y a quien, por supuesto, no conocen? ¿Quién se preocupará por que yo diga que necesito huir, o por que la comida se me haya quemado? ¿Acaso alguien llamará desesperado a mi puerta cuando cuelgue una foto del último plato que cociné, que sabía a gloria?

A veces me gustaría ser más normal y pensar menos. Ser capaz de exhibir en mi muro de Facebook mis intimidades, compartir con mis entregados fans esa historia de desamor y recibir consejos de gente que vive en ciudades donde es de día cuando aquí ya cae la noche. Leer una felicitación por haber adelgazado doscientos gramos en Navidad de la otra única persona que está a dieta en estos días, seguramente en la otra punta del mundo, si es que existe. A veces me gustaría ser normal. 




Pero entonces miro de nuevo a esa gente y me doy cuenta de que me es indiferente si son o no felices. Si sus mensajes son un acto de sinceridad o tan solo una mera mentira literaria, una pose. Me da lo mismo. Y esa indiferencia, estoy segura, no es más que un espejo donde nos miramos todos de vez en cuanto. A nadie cambiará la vida si yo subo una foto de mi escote, artísticamente difuminado, o de mis lágrimas amargas para conmiseración y disfrute de los morbosos mirones del Caralibro. Y me oculto cada vez más en mi caverna y me pongo la máscara de socialidad para que nadie se de cuenta de que ya no soy la misma. De que no soy como ellos. Nunca lo fui, pero ahora cada vez menos. 

Como decía Dexter, 


"For so long all I wanted was to be like other people. 
To feel what they felt. But now that I do, I just want it to stop". 

Para bien o para mal, nunca podré ser como ellos. Siempre seré la nota discordante, la sombra que mira en la oscuridad. Hasta que el ocaso de mi tiempo me lleve lejos y el recuerdo de mi nombre se desvanezca hasta quedar solo en las palabras. Si es que esa realidad, por supuesto, aún existe. 

sábado, 5 de octubre de 2013

Confessions. A mirror. The path.


"As much as I may have pretended otherwise, for so long all I wanted was to be like other people. To feel what they felt. But now that I do, I just want it to stop." .-Dexter. 

This was never about forgiveness or about redemption. It was just about learning to live with The Code. It is nonsense that he dropped his sister's body, the only person he has truly loved (apart from Hannah and, in a very particular way, Rita), in the very same spot where he used to drop chopped criminals' bodies. It is nonsense that he punishes himself according to a moral he does not have. And IT does not simply vanishes. IT is always with you, no matter how far you run away, how deep you hide. 

But they were somehow right:

"And that's the cost of being a human being. Do you know how much easier it is to be a sociopath, and not to think and not to have anxiety and not to have hesitation or to love? I'm hoping that in addition to it making sense for Dexter's specific journey, it is an analysis or a look at how hard it is to be a human being". 


The things we love. 



The things that make us hurt. 


'Unbowed, unbent, unbroken' is no longer a matter of aesthetics, 
but a way of living'. 


The one and only.

Noche sin luna


Recurrir al piano significa que, en el fondo, esto es grave. 

domingo, 29 de septiembre de 2013


domingo, 21 de julio de 2013

La vida

Nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar, decía Jorge Manrique. Otros afirmaron que la vida es como un viaje en tren. O como un libro. O como cualquier otro elemento metafórico a través del cual el hombre haya tratado de explicar ese misterio que nos atañe del nacimiento a la muerte. 

Parece, empero, que olvidamos que la vida no somos solo los individuos particulares. La Vida es algo mucho más grande que nos supera, y nosotros no somos más que motas de polvo en el inmenso universo. 

Yo prefiero entender la vida como algo diferente. En la inmensidad del mundo que nos rodea, donde un año es un suspiro, las vidas son iguales unas a otras. Todos nacemos, todos morimos, y eso es lo único que importa. Año tras año, el ciclo siempre permanece. Al verano le sigue el otoño; al otoño, el invierno; tras él llega la primavera y, al terminar esta, de nuevo el verano. Eso es algo que seguirá siendo así hasta que el mundo se destruya y nos sumamos en el hielo eterno, en el olvido. 



Pero hasta entonces, esta efímera existencia que es nuestra vida no es más que un brevísimo suspiro, un año dentro de toda la eternidad. 

Algunos nacen en lo más crudo del invierno, rodeados de hostilidad y sus primeros pasos tienen por compañeros el frío y el hambre. Hay quienes de estos no sobreviven. Para algunos el invierno no llega a pasar jamás. 

Otros nacen en primavera, con los brotes verdes. Pasan su infancia, su juventud, plantando semillas que esperan algún día ver tornarse en frutos jugosos y apetecibles. 

Los hijos del verano llegan a este mundo como una centella, cargados de fuego, y lo consumen todo a su paso. Son movimiento, son calor, la intensidad de una llama danzarina, aunque corren siempre peligro de abrasar cuanto les rodea. 

El otoño recibe a su progenie con la promesa del frío y los cría fuertes, firmes, constantes. Aquellos que despiertan con las hojas ya amarillas y una alfombra de despojos en el bosque aprenden desde muy pronto que la muerte es nuestro destino final y van mejor preparados para el invierno. 

No son iguales las estaciones para todos, aunque el ciclo no cambie nunca. Hemos modificado tanto nuestra conducta, nuestra esencia, que no somos capaces ya de reconocer la influencia de la Rueda en nuestra vida. Si tan solo supiéramos cuándo plantar, cuando cuidar, cuando recolectar y cuando conservar la cosecha, nuestras vidas serían quizás más sencillas. 

Mas no conviene prolongar las estaciones. Mi tiempo de sembrar se terminó. He de comenzar a recolectar los frutos de mis primeras cosechas antes de que estas se pudran en sus ramas y lo único que quede para mí sea el olor dulzón de los sueños rotos, una pulpa sanguinolenta que apenas servirá para alimentar a las ratas. 

Ha llegado el momento y el paso de estación. Es momento de trabajar, es momento de cambios. Pero siempre, siempre, hacia adelante. Porque no importa su bondad o su maldad o lo apropiado del momento, el tiempo jamás se detendrá por ninguno de nosotros. La rueda gira y gira...


viernes, 19 de julio de 2013

Panteón, de Carlos Sisí


tulo: Panteón.
Autor: Carlos Sisí.
Editorial:Editorial Planeta.
1º Edición: Marzo 2013.
ISBN: 978-84-450-0117-2356.
Páginas: 470.
Dimensiones: 16x23.
Formato: Tapa dura.
Precio: 19,50.









La grandeza de un escritor no se revela en la complejidad de sus palabras ni en intrincados giros narrativos que, más que sorprender al lector, pueden llegar a extraviarlo. Se nos descubre, más bien, entre otras cuestiones, en su capacidad de convertir lo cotidiano en algo extraordinario.

Las novelas de Carlos Sisí, autor de la trilogía de Los Caminantes, de la novela breve Edén Interrumpido, del eco-thriller La Hora del Mar y de la flamante ganadora del Minotauro 2013 Panteón, están escritas con una prosa aparentemente sencilla, como “de andar por casa”. Son fáciles de leer, fluidas, y transmiten una sensación de comodidad narrativa que traslada al lector con facilidad de una página a la siguiente. Sin embargo, al fijar la atención en los pequeños detalles, se descubren los engranajes que las convierten en obras aclamadas por el público. Ese noséqué que las hace diferentes.

Con la notable excepción del suave zumbido de las viejísimas máquinas, un sosegado silencio flotaba en el interior de la nave. Así comienza Panteón, con el sibilante susurro de la maquinaria de la Sally rondando nuestro pabellón auditivo gracias a una afortunada aliteración que se extiende por esta contundente primera frase. Y así continúa su aventura a lo largo de trescientas cincuenta y séis páginas que se pasan como un suspiro.

Comenzó su periplo literario con el terror zombi, el apocalipsis y el fin de la humanidad amenazada por la propia raza humana; consiguió generar una angustia desoladora a través del mero ladrido de un perro; y sometió al hombre a una nueva condena que nacía del mar. Ahora la Tierra ni siquiera existe, explotó hace algo más de diez mil años, y la civilización se ha extendido por el universo, donde continúa su evolución y su cada vez más compleja existencia. Y sin embargo, se mueve.

Carlos Sisí se maneja con comodidad en diferentes escenarios, en distintos géneros literarios que, en el fondo, utiliza casi como pretexto para hablar de la psique humana, del comportamiento que nunca cambia, de los diversos futuros que nos esperan ¾y, de verdad, en algunos casos espero que no sea un Nostradamus moderno.

Quizás su aporte a la ciencia ficción no tenga tanta trascendencia como la revolución que personajes como el Padre Isidro o Juan Aranda suponen para el género zombi ¾y en este caso debo confesarme profana en estos ambientes futuristas y futuribles¾, pero eso no le quita calidad a una novela donde el peso lo lleva una trama que va in crescendo hasta un final trepidante donde el tiempo se agota cada vez más rápido para todos los protagonistas.

Mal y Fer vuelven a formar un dúo tragicómico a través del que se nos va llevando más y más profundo en las entrañas del planeta E-93472-N, aunque su protagonismo se verá eclipsado pronto por un personaje que, junto a Gulich, el mastín de Los Caminantes, encabeza una lista de secundarios entrañables que espero que Carlos Sisí aumente en posteriores novelas. Por supuesto, hablo del robot Centurión Bob, que no dudo hará las delicias de todos los lectores.

En intensa pugna por el Primer Premio al Mejor Villano de la Literatura Sisiana, Jebediah se enfrenta al Padre Isidro con su cuerpo tecnológicamente implementado y una frialdad y crueldad dignas de los más aberrantes personajes de las filas del Mal. Su carácter y sus actos lo sitúan cerca de figuras como Darth Vader o, por cuestiones que es mejor no desvelar, el Rey Brujo de Angmar.

Sin embargo, el personaje de Maralda Tardes se me queda un poco desdibujado. Sus apariciones en la novela me parecen siempre incompletas, como si les faltase un “algo más”. Es como un deus ex machina que se nos presenta aquí y allí, sorprendida y un poco confundida ante todo lo que su mente debe procesar, y es quizás ese pasmo el que impide que se desarrolle tanto como debería haberlo hecho, sobre todo en comparación con nuestros dos protagonistas masculinos, con quien resulta más sencillo identificarse.

Esta es la obra más madura del autor, en la cual se nota claramente una progresiva y positiva evolución en la calidad y donde ha ido subsanando pequeños errores de las novelas anteriores. Todas las pequeñas pistas que iba dejando en La Hora del Mar ¾ese regusto a ciencia ficción, esa mirada continua al espacio en busca de otra vida¾ eclosionan en esta novela de forma mucho más preciosista y cuidada que en la anterior, revelando la mejoría que da la práctica y los conceptos que han quedado ya bien asentados por el paso del tiempo. Es un paso más hacia la creación de una completa colección de obras que, con el tiempo, recibirán la atención que merecen.

Por todo esto, y desde mi humilde punto de vista de lectora voraz y despiadada, Panteón es una novela muy recomendable tanto para seguidores del género CIFI como para noveles o incluso desconocedores de este tipo de literatura. Sus puntos fuertes (esa trama que nos arrastra sin darnos cuenta a través del misterio hasta una antiquísima y monumental sala en torno a la que se producirá el climax final de la obra; ese carismático antagonista y los protagonistas atascados en el planeta desconocido y condenado a la destrucción; ese ritmo narrativo intenso y esa prosa que atrapa sin posibilidad de huída) superan con mucho a las faltas que la obra pueda tener y que pueden achacarse a la celeridad en la escritura. Lo cual se comprende a la perfección cuando uno percibe la pasión que el autor imprime en cada palabra que sale de su mano. Desconozco cómo fueron las competidoras de este Panteón, pero para mí no cabe duda de la calidad de esta laberíntica creación que Sisí nos regala a la vista.


Morgana Majere


lunes, 1 de julio de 2013

El vuelo

Descubrió con estupefacción que le daba miedo volar cuando el avión corría ya por la pista, como solía sucederle en cada ocasión en que se veía obligada por las circunstancias a embarcar en uno de aquellos enormes pájaros mecánicos. Aferró en silencio los brazos del asiento de piel sintética y dejó su mirada vagar por la ventana, observando el paso fugaz de las líneas amarillas pintadas en el asfalto. Línea, espacio, línea, espacio, líneaespacio, hasta que su tránsito no fue más que un luminoso borrón sobre un suelo oscuro. Notó el momento exacto en el que las ruedas despegaron del suelo, la presión sobre cada órgano y cada gota de sangre, la ascensión hacia el firmamento. Pero lo que más la atemorizaba era ese preciso instante en el que no existen las certezas, cuando la nave parece verse lanzada al cielo limpio, al aire, para que flote y decida entonces si la potencia habrá sido suficiente para volar o si, por el contrario, darán todos con sus huesos en tierra. 

No se atreve nunca a separar los ojos de la pequeña ventana, fijos en los campos, cada vez más pequeños en la distancia; en los coches que, en la oscuridad, no son más que luces desenfocadas; en el paisaje que ya es un mapa lejano más que un lugar reconocible. Trata de imaginar adónde conducirán las carreteras que desde los cielos debió de trazar un dios; dónde desembocarán los ríos cuyo cauce afianzó un gigante; cuál es este o aquel pequeño núcleo urbano que de día es un borrón en medio del valle y de noche un manojo de luces que afean el crepúsculo. 

Pero en el fondo da lo mismo. Sabe que no son más que un conjunto de piedras, de gotas de agua, un borrón de asfalto que un día la naturaleza desgajará con las poderosas raíces de algún vetusto árbol. Como el amasijo de hierro, carne y maletas de mano que terminará por disolverse y desaparecer entre los frondosos árboles de algún bosque donde su avión tratará de hacer un aterrizaje forzoso, aunque fallará estrepitosamente. Un vacío de conciencia que tan solo dejará tras de sí restos de vidas que nadie en el futuro sabrá interpretar. Volaban, dirán sus expertos. Y su combustible era escaso, apenas un litro por pasajero dividido en pequeños contenedores, afirmarán sus científicos. 

Y temían volar, aventurará algún estudioso, cuando encuentren los huesos fosilizados de unas manos marchitas aferradas a un iridiscente ópalo que aún no perdió su brillo. Y temían volar. 

lunes, 10 de junio de 2013

La lista de la compra

Esta entrada va para el Monseñor Avelino, lo prometido es deuda :D

Me gusta escribir la lista de la compra en papeles pequeños. Normalmente reciclados. Los llevo bien dobladitos en un bolsillo del pantalón junto con un bolígrafo azul con el que tacho cada producto que meto en la cesta. Porque siempre uso cesta, sobre todo en el supermercado de la cancioncilla pegadiza. En las grandes superficies prefiero coger un carro y conducir temerariamente, como si fuese un aguerrido piloto de carreras. "Ahí va Mrs. S., esquiva a la señora del carrito, cuuuuurva cerrada tras la estela de los niños del melón. A todo trapo por el pasillo de los yogures...". Tendrían que hacer descuento si consigues llegar a la caja sin atropellar a nadie. Y ganas no te faltan. Porque parece que la gente lo hace a propósito, ralentizar el paso en los cuellos de botella entre los stands de cosas gratis y las cajas de tomates rancios. Ese maldito afán de los españoles de coger todo lo que sea gratis sin importar que nos guste o vayamos a usarlo... Papel film transparente, que nunca se deja cortar. Un día instalaré un láser en la cocina y te vas a cagar... Lechuga, redonda, que no tiene bichos. Las otras no las toco ni con un palo. Tomate frito con aceite de oliva para Hermana y Padre, que comen de ese. Triturado para mí, para hacerlo despacio y como lo hacía Mi Abuela. Ese tomate que me comía furtivamente untado en pan cada vez que pasaba frente al frigo. "No lo comas frío, que te va a hacer daño. ¡Caliéntate un poco!". "Que no, Abuela, que a mí me gusta así. Ñamñamñam". Tomates de ensalada. A ver si los pruebo a hacer rellenos de arroz y carne y al horno, que seguro que están buenos. Queso. Se me olvidó apuntar el queso. En lonchas. Patatas. Zanahorias. Y para mañana lentejas, que hace frío y están extremadamente buenas. Carne picada de vacacerdo para hacer con verduras. Es verdad, las lentejas para pasado. Que ya se sabe. Si las quieres las comes, y si no las dejas. Y "algorico". Teníamos que patentar el "algorico" que siempre me pide Hermana. El día que sea capaz de adivinar qué coño quiere me monto una consulta de Bruja Lola. A ver si así salimos de la crisis, que esto es como las malas ofertas de los bares, esos que te dejan entrar gratis pero tienes que pagar por salir. Y mañana será otro día. 

martes, 14 de mayo de 2013

¿Sorpresa?

Sorpresa es embarcarte en un viaje interior cuando el universo te abruma bajo su peso, esconder la cabeza en un lugar confortable donde por fin te sientas protegido, bucear en los abismos insondeables de tu alma... Y descubrir que allí no queda nada. 


lunes, 13 de mayo de 2013

Eso de dormir con gente... ¿No puede(s) ser normal?

No hace demasiado tiempo hablaba con unos amigos de juntarnos, en plan comuna hippie, y compartir cama, y yo vendía las bondades de dormir conmigo para no dormir en el suelo. Que si yo no molesto, que si no ronco, que si por supuesto que no me t joder, que soy una señorita. 

El problema vino cuando nos pusimos a hablar de verdad. Yo, por supuesto, dije que no había que preocuparse porque si eso me pongo en modo momia...


...y no molesto a nadie. Pero claro. Es que las momias son un poco hijasdeputa. Porque dentro de poco también me va a tocar ponerme así:


Una postura bastante poco digna de una persona de su edad, señora Momia. No creo yo que esté muy cómoda. Qué estaría haciendo...

Claro que también, estando plácidamente dormida cual angelito, se me puede estirar un brazo en un acto reflejo. Piunnnnnnn!


Y claro, llegado ese punto de la noche tu acompañante camastril va a estar en plan "Nooooo, déjame dormiiiiir!!!"


Y tú...


"Tío... Pero si estoy aquí babeando cual marmota...".

"Pues vale, vete a la mierda. Me voy a dormir al baño".


Y llegado ese punto, te estiras, haces la croqueta y piensas: "Por fin... Toda la cama para mí solo!".



Dedicado a Mr. Far'Olillo y a Grumpy S., inspiradores de este Blog of Shame. Porque, además, lo van a vivir pronto muuuuy de cerca...

miércoles, 8 de mayo de 2013

¿Quién dijo miedo?


Luigi Pirandello, maestro inspirador

Como si fuese el maestro, sentada en mi silla de madera chapada en negro y desgastado asiento de ajado terciopelo rojo, estoy sola en esta habitación abarrotada de gente. 

Sentados sobre mi cama, entre los cojines, los mellizos me observan en silencio. Sus enrojecidas cicatrices brillan bajo la mortecina luz de la bombilla de bajo consumo. Tienen las manos manchadas de sangre y en el regazo de ella están pulcramente colocadas varias piezas dentales, un glóbulo ocular y lo que parece un manojo de arterias secas. Él la rodea protector con su brazo, aunque sin rozarla, mientras sigue los erráticos movimientos de mis manos sobre el teclado. 


Tumbada en el suelo en medio de una algodonosa nube de humo punteado, una niña de unos siete años lee un libro de tapas naranjas. La historia de un niño que quería ser fantasma. O algo así. Pero su mente no deja de pensar en un nombre que no consigue descifrar. De vez en cuando también me mira y me sonríe, como si acabase de darle un caramelo. Quizás debería, para tenerla contenta y que no me abandone. 


Al otro lado del espejo sigue estando ella. Esos ojos de afiladas pupilas me observan impacientes. Sabe que aún tiene tiempo, pero se agota y se cansa. Sé que pronto me azotará con su cola escamada para que trabaje, pero también me entiende. No en vano ella también ha estado aquí. Mira a su espalda, el peligro la persigue. Están en guerra. Necesita saber qué va a pasar. Porque en el fondo, se ha humanizado demasiado. Y tiene miedo. 


En silencio, parcialmente oculta por una tela oscura, cubierta por una capa de nieve, ella sigue dividida. Aguarda acongojada, con miedo y a la vez ansia por seguir avanzando. No quiere andar, quiere correr y llegar al lugar de sus sueños, pero debe tener paciencia. Lleva la tristeza grabada en la mirada y la melancolía en el corazón. Pero sabe que la quiero y que siempre será extremadamente especial para mí. 


En el sombrío interior del armario entreabierto brilla de cuando en cuando una luz que me revela rostros desconocidos, ojos que me contemplan con curiosidad, esperando el momento de salir. Me observan y susurran mi nombre. Y sé que algún día tendré que liberarlos para que ocupen su lugar en este cuarto, a mi alrededor, a donde verdaderamente pertenecen. 


martes, 23 de abril de 2013

El Día D.

23 de Abril de 2013



Por lo visto, el 23 de abril es un día de muchas cosas. 

Para mí, lo más importante, es que es el cumpleaños de mi Señor Padre. Aunque este año se haya ido a ejercer con su casi recién estrenada placa a otro sitio muy, muy lejano. Por eso voy a aprovechar a felicitarle desde aquí con todo mi cariño. 



Además del cumple del Don, en esta nuestra comunidad celebramos hoy el día de los Comuneros. Unos señores que murieron hace mucho tiempo por reclamar unos derechos, por levantarse contra el poder. En un pueblo muy cercano al mío (sí, yo tenía un pueblo... aunque sea por asociación) les rebanaron la cabeza en la plaza, y lo debieron de dejar todo perdidito de sangre. 


Al fondo, una cabeza rebanada.

Pero lo que a mí más me interesa de hoy es que la UNESCO declaró el 23 de Abril, centésimo décimotercer cumpl día del año, el Día Internacional del Libro. En Cataluña regalan un libro y una rosa en el día de San Jordi (aprovecho aquí para dar mi pésame a todos los dragones del mundo), aquí tenemos una feria del libro que casi nunca tengo tiempo de visitar, y supongo que cada lugar tendrá su particular costumbre y/o celebración. Casualidades de la vida, os lo cuento como curiosidad, también tal día como hoy se despidieron del mundo Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega

Podría soltaros ahora, y quedarme más ancha que larga, un chorreo mental sobre la importancia de los libros, que hoy es un día especial. Todos nos sacaríamos una foto super felices con un hermoso tomo de trabajada cubierta, brillante y con aroma a papel recién estrenado, y la subiríamos al Caralibro, al Píopío y a todas las redes sociales que se nos pudieran ocurrir. 

Pero es que esto es como la Funesta Operación Biquini. Si el 15 de Julio os vais a la playa y os ponéis a dieta el 14 por la noche, jodidos vamos. Tan jodidos como que el biquini del año anterior se lo vamos a tener que poner a las palmeras. 

La Operación Biquini es cosa de todo el año. Y su finalidad no es embutirnos en el minitrapo ese que nos venden a precio de oro, no. El objetivo que tendríamos que perseguir es estar sanos, sentirnos bien, tener una dieta equilibrada que mejore nuestro organismo y nuestra calidad de vida. Eso es salud. Lo otro, estética. 

Pues con esto lo mismo. A mí lo de los "Días D" me parece una soberbia tontería. Entiendo que "no se puede" (y no le pongo más comillas porque no se debe) celebrar todos los días, que es más fácil erigir un cuadro del calendario representante simbólico de algún tema y/o persona y concentrar en él todo cuanto le atañe. Díganles ustedes a sus madres que el Día de la Madre es para descansar, que ya fregarán el resto del año, y verán adónde les mandan. E imagino que con esto sabrán ya por dónde van los tiros. 

Para mí leer es algo natural. Algo necesario. Algo imperioso. ¿Por qué lees?, preguntan algunos. Y mi respuesta es siempre igual: ¿Por qué respiras? Porque lo necesito para vivir. He tenido la mala suerte de haber concentrado en pocos años mucho trabajo, y he leído mucho menos de lo que me habría gustado. Recuerdo cuando terminé un curso horrible en el que hice muchas cosas de estudios, que me pasé una semana sentada en la silla sin parar de leer. Me ventilé en 5 días todos los libros de True Blood, que son como once o así. Y en una semana más, todos los de Canción de Hielo y Fuego, que ya son palabras mayores. 

Para bien o para mal, eso pregúntenselo a quienes me rodean, soy de esas personas que se pone a leer y desaparece. No oigo, no me entero del paso del tiempo, no respondo. Y cuando no puedo leer "ficción", si me despisto, me encuentro leyendo la letra pequeña de los anuncios, las etiquetas de la comida, cualquier cosa redactada susceptible de ser leída. 

Me da igual que hoy sea 23 de Abril o 13 de Septiembre. Los libros me rodean (y no saben ustedes cuánto...) y son una parte fundamental de mí. Sigo teniendo esa romántica concepción de que un libro es algo casi mágico, algo que se debe reverenciar y temer, como si por el mero hecho de volcar la escritura en papel adquiriese una nueva esencia. Y eso a pesar de haber visto en papel cosas que no deberían haber pasado de la punta de un bolígrafo cargado de tinta. 

Los libros son historia. Son vida. Son amor. Son viajes. Son sueños despierto y sueños dormido. Son fechas. Son muertes. Son palabras que no se pronuncian. Son el futuro que dejaremos a nuestros hijos. Son maestros y ejemplo a seguir. Por eso, si hoy tengo que hacer una petición, no va a ser que leáis un libro. Eso deberíais hacerlo todo el año. Mi petición será que respetéis a los libros, a los árboles, a nuestro planeta. Porque cada vez habrá menos y se convertirán en reliquias, y solo lo mejor debería ser reverenciado. 

Y si no, plantad árboles, joder. ¡Que al final nos chapan el chiringuito!

jueves, 18 de abril de 2013

Dernière Levée


Dernière Levée


El bronco runrún del motor del vehículo pareció gorjear hasta detenerse por completo junto al bordillo más septentrional del parque. Los rayos del sol de mediodía incidían casi totalmente verticales sobre el césped recién cortado, y el viento traía hasta las ventanillas bajadas el alegre sonido de numerosas voces infantiles, canciones y juegos. El hombre alzó el ala de su gorra y se giró en su asiento.

—Son ocho dólares con cincuenta, pequeña. ¿Estás segura de pagarlo tú? ¿No están tu madre o tu padre esperando en el parque o en los columpios?

Con una encantadora sonrisa en su rostro pálido y pecoso, aquella extraña niña sonrió y sacó un billete de diez dólares de un pequeño monedero apoyado en su regazo.

—Quédese con el cambio. Y muchas gracias por el viaje, señor —Su voz, casi un susurro, tenía un inquietante tono cantarín y elevado. No tendría más de cinco o séis años, aunque a él jamás se le había dado bien calcular edades. Pero de algo estaba seguro: era demasiado pequeña para viajar sola.

El chasquido del cierre lo sacó de sus cavilaciones, pero aquella larga melena oscura se alejaba ya con sus bruñidos zapatos de charol negro y su vestido blanco por el sendero adoquinado. Negando en silencio, arrancó el coche y enfiló de nuevo hacia su puesto. Le gustase o no, no era ya asunto suyo.

El sol se colaba juguetón entre las hojas de los árboles, iluminando ora aquí, ora allá, revelando una ardilla, una formación rocosa, ocultando caprichoso una madriguera o el colorido envoltorio de un caramelo olvidado en algún jardín. Y de sombra en sombra avanzaba aquella niña cuya sonrisa no se borraba nunca de su rostro.

Se detuvo al llegar al linde del bosquecillo anterior al parque, golpeados sus oídos por el creciente griterío de los niños y las conversaciones de las madres sentadas en los bancos de alrededor; inspiró el olor a perrito caliente del carrito de un vendedor al otro lado del parque y sacudió su melena. Era un mero recuerdo de otra época, ahora ya no necesitaba alimentarse. Así no.

Con un gesto decidido colocó el oscuro cabello tras sus orejas y ciñó algo más apretado el lazo rojo anudado en lo más alto de su cabeza. Una nube cruzó por delante del sol en el cielo y ella aprovechó a deslizar su mirada por todos aquellos niños, ignorantes del escrutinio al cual los estaba sometiendo. Una película blanca neblinosa cubrió sus ojos color miel durante apenas unos instantes, suficientes para localizar su objetivo. Y hacia él encaminó sus pasos.

Con un gesto propio de una princesa, alisó el vaporoso vuelo de su vestido y se sentó junto a un niño de unos tres o cuatro años, a quien causó un repentino sobresalto al personarse sin ruido junto a su espacio de juegos.

—Me llamo Kuzita —le respondió a su muda pregunta—, ¿podría jugar contigo?

El pequeño frunció el ceño y, en un primer momento, atrajo hacia sí un raído conejo de fieltro con un ojo de cada tamaño y multitud de remiendos. Kuzita hizo un levísimo puchero y colocó el bolsito en su regazo y, sobre él, sus manos cruzadas, ocultas bajo unos delicados guantes de encaje a juego con el níveo vestido.

—Yo también tenía un Amiguito. Se llamaba Perejil, porque Baba le ponía dentro unas ramitas y así olería bien todos los días. Siempre dormía conmigo, porque nunca tuve una Mamá.

Bajando su mirada, el crío contuvo un suspiro y su vocecilla llegó apenas hasta los oídos de Kuzita.

—Yo tampoco tengo Mamá. Alfito es mi amigo.

Despacito, para no asustarlo, Kuzita desabrochó el botoncito de su bolso y sacó un precioso lazo rojo de satén. Con una sonrisa cogió el brazito y lo anudó con una primorosa lazada.

—Ahora yo también soy tu amiga, Kelín.

—¿Kelín? —Sus cejas se juntaron formando una pequeña línea al escuchar el extraño nombre— Yo me llamo…

Kuzita le tapó los labios con un dedito enguantado y lo miró muy de cerca con sus ojos teñidos de nuevo de blanco. Sonrió, iluminado su rostro pese a estar entre sombras, y de no se sabe donde sacó un brotecito de Perejil y lo colocó entre aquellas manitas rechonchas.

—Kelín, te llamas Kelín, corazón mío —Sus ojos volvieron a su habitual color miel, el sol parecía brillar con más fuerza, pero el niño guardaba silencio—. Y ya nunca volverás a estar solo.

Con elegante gracia se puso en pie y le tendió su mano cubierta de encaje para levantarlo. Apenas le sacaría un par de centímetros, de pequeña nunca pudo comer bien; así pues su mirada se enfrentó a los neblinosos ojos blancos del niño a igual altura y sonrió.

Enlazadas sus manos, los zapatos de charol apenas hollaban el césped mientras se dirigían ambos sonriendo hacia el bosque, donde sus sombras se confundieron hasta desaparecer. Algo más lejos, sobre aquel pequeño trozo de hierba, Alfito se descomponía ya mientras de su tronco y brazos brotaban frescos y olorosos tallos. Al terminar, solo dos botones desiguales reposaron en el húmedo suelo, entre las ramas nuevas de una frondosa planta de perejil. 

martes, 16 de abril de 2013

Hoy tocan los demás

Buenos días a todos, queridos amigos: 

Hace ya un tiempo que venía pensando en hablaros de diversos blogs donde gente más o menos conocida para mí, aunque relativamente famosos en la blogosfera, da vida a este mundo de la literatura en el que tanto estoy metida últimamente. 

Los que me conocéis bien (muy bien), sabéis que ya hace meses que dejé de buscar concursos, publicaciones, dejé de intentar meterme en el mundo literario de forma "profesional", tomando la decisión de limitar la creación a la vida privada. No he dejado de escribir, por supuesto, no podría; pero lo empecé a hacer de modo diferente, para mí. Esto fue algo que casi me vino impuesto, un exvoto, pero lo acepté sin ningún tipo de problema consciente de sus implicaciones. 

Lo curioso del tema es que no podemos controlar las fuerzas del universo. Dicen que una mariposa aletea en Indonesia y el terremoto que provocan sus alas llega a Hawai. Pues con esto algo parecido. Yo dejé de buscar, y la literatura comenzó a buscarme a mí. 

Tan pronto decidí que no pensaba publicar una línea más, me atacó una historia, un personaje, que para mí ha supuesto mucho más de lo que habría llegado jamás a imaginar. Ha sido la primera historia que he terminado, aunque aún no tiene punto final; larga, larguísima, y me encanta. 

Pero es que además me surgieron proyectos. Varios. Y unos fueron llevando a otros hasta el punto de que ahora estoy haciendo diversas reseñas para RAGE Magazine, revista de cómics de nuevo cuño donde también publicaré muy pronto un relato serial ilustrado por la fantástica Yuli Alejo. Además de diversas sorpresas de las que ya iré avisando. 

Decidí apartarme del mundo literario por una promesa, pero el mundo literario no quiso apartarse de mí. Y por ello estaré eternamente agradecida, porque me ha devuelto una parte de mi esencia que creía ya olvidada. 

El caso es que yo aquí soy una novatilla, y hay gente cuyos blogs merece mucho la pena visitar. Sé que hay miles, pero os voy a traer hoy de la mano unos poquitos porque sé que ellos lo valen. 

En primer lugar, alguien a quien me habría gustado poder conocer más, pero la vida lleva su propio ritmo: Athman y su Athnecdotario Incoherente (Aquí su blog). 


No solo en su blog, sino también en su Facebook nos tiene al día de las novedades editoriales, de lo que más merece la pena buscar, concursos y eventos del mundo literario que puedan interesar a los lectores o creadores. Visitadlo en cuanto tengáis tiempo ;)


Os vengo a hablar también de un blog que he descubierto a raíz del concurso que está realizando su autora, cuya lectura me está resultando muy intersante. La conocía ya de su participación en Arkham, una antología de terror cósmico que salió de otra interesante página web, Infectados, y de otro blog del que forma parte, Con un par de tacones. Os hablo de Irene Comendador (Aquí su blog y aquí el concurso). Y también os recomiendo visitarla.


Debo confesar que he conocido a toda esta gente y he entrado a todo este mundo gracias al foro Somos Leyenda. Es un lugar de esparcimiento donde leer relatos, escribir relatos, encontrar información sobre terror, ciencia ficción, minijuegos y, sobre todo, gente maja. Y enlazando lecturas y navegando entre sus líneas he ido encontrando páginas como estas. 

De ahí también ha salido mi conocimiento de Ftemplar y el proyecto en el que participa, Deprisa, deprisa, otro blog de reseñas, recomendaciones y, en definitiva, de literatura, que me resulta muy interesante. 




Y por último, aunque no menos importantes, os voy a recomendar a dos recién iniciados en la blogosfera, aunque su andadura acaba de comenzar. Os hablo de Maese Lual y Emdenor, con su blog sobre cine, cómics y demás Babeos y Delirios


Así que ya sabéis. Estos son cuatro ejemplos, igual algún día vengo con más, pero de momento tenéis lectura para rato. ¡Disfrutadla!

lunes, 15 de abril de 2013

Schola Philologica

Tengo que agradecer a Cristina de la Rosa Cubo (http://seecvalladolid.blogspot.com.es/) la oportunidad que me brinda y la confianza que deposita en mí al permitirme entretener a las futuras promesas con esta pequeña ponencia. Espero que todos lo disfruten. 


Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC)
Sección de Valladolid
Departamento de Filología Clásica
Facultad de Filosofía y Letras
Plaza del Campus s/n
47011 VALLADOLID
seec.valladolid@gmail.com
Tlf. 983423115

Schola Philologica
Jornada universitaria para estudiantes de Bachillerato

La Sección de Valladolid de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, en colaboración con el Departamento de Filología Clásica de la Universidad de Valladolid, tiene el gusto de invitarle a una sesión académica dirigida a alumnos de 2º de Bachillerato que tendrá lugar el próximo 
Viernes, 26 de abril de 2013
a las 18:00 horas
Salón de Grados de la Facultad de Filosofía y Letras
Plaza del Campus s/n - 47011 Valladolid

Programa:
PRIMERA PARTE: RECEPCIÓN Y VISITA A LA FACULTAD
17:00 h. Recepción (Vestíbulo principal de la Facultad).
Intervención de un miembro de la junta local de la SEEC.
Intervención de un profesor del Departamento de Filología Clásica.
Intervención de la Señora Decana de la Facultad de Filosofía y Letras.
Visita a la Facultad de Filosofía y Letras.

SEGUNDA PARTE: ACTO ACADÉMICO
18:00 h. Lección de Morgana Majere: “Historia de una Ida y una Vuelta: De Ulises a Bilbo Bolsón.
Influencias de la épica clásica en la fantasía moderna”.
19:00 h. Entrega de premios y diplomas a los ganadores y participantes en los concursos Lourdes Albertos,
Certamen Ciceronianum Arpinas, Concurso Odisea y Prueba de Griego.


Cristina de la Rosa Cubo
Presidenta de la Sociedad Española de Estudios Clásicos
(Sección Local)

sábado, 13 de abril de 2013

El poder de las palabras

El novicio levantó la cabeza del manuscrito y estiró la espalda con un quedo quejido. Su mirada estaba ya a apenas una cuarta del pergamino; se había ido acercando casi sin darse cuenta conforme la luz vespertina iba haciendose más y más difusa. Flexionó los dedos de la mano y dejó el cálamo en su soporte junto al tintero. No podría copiar más aquella noche, de hecho era el único que quedaba en el scriptorium.

Se pasó las manos por el rostro, fatigado, pero no pudo evitar leer algunas líneas más del manuscrito. Había marcado cuidadosamente la última frase copiada, no quería volver a saltarse otra vez un par de líneas, mas el tema que trataba el códice que le habían dado a copiar era apasionante. Enfrascado como estaba en la lectura, no se percató del leve sonido de unos pasos a su espalda. 

 —¿No vas a bajar a cenar esta noche? 

 El joven dio un respingo al reconocer la voz de su maestro. 

 —¿La cena? ¿Ya? Vaya, he debido de perder la noción del tiempo, maestro. Estaba leyendo un poco más. Este códice me tiene atrapado... 

Alzando ligeramente la cubierta de cuero, el maestro leyó el título grabado en el lomo y sonrió. 

—No es para menos, tiene una prosa deliciosa. Y su contenido es cautivador. Creo recordar haber pasado toda una noche en vela por no poder abandonar su lectura. 

El novicio sacudió la cabeza y devolvió con reverencia el libro a su atril. 

—En cualquier caso, mañana por la mañana debo continuar copiando, así que ya leeré más en el descanso. Lo cierto es que estoy cansado. 

Se levantó con esfuerzo, como quien ha pasado demasiado tiempo en la misma postura, y caminó junto a su maestro hacia las escaleras de caracol. La fresca brisa primaveral se colaba por las troneras, entornados sus cristales, aunque ya se podía adivinar el calor del verano próximo en los olores del bosque. Pronto los campos verdes se tornarían amarillos, tostados por el ardiente sol de la campaña, y los días se harían largos, como también las horas de trabajo. Pero al joven no le pesaba. Era apasionante para él, y para cuantos compartían su cometido, copiar aquellos textos e ir descubriendo a cada línea un universo completamente desconocido. 

—Maestro... —No quería perturbar con su voz la tranquilidad de la noche; en la oscuridad el anciano sonrió. 

—Cuéntame, hijo. 

—¿Por qué nos dedicamos a copiar tantos textos? ¿No sería suficiente con tener una copia de cada uno y turnárnosla entre todos para su lectura? 

El suave susurro de sus sobrevestes acompañaba sus pasos alrededor del atrio porticado, mientras la débil iluminación de algunos candiles en sus hornacinas se entremezclaba con la plateada luz de la luna. En silencio aún, el hombre mayor se detuvo ante una de las estatuas de mármol que se alzaba entre las columnas y sonrió con complicidad. No era la primera vez que escuchaba aquella pregunta. Su mente se retrotrajo muchos años atrás, cuando su ahora escaso cabello formaba una melena leonina y sus manos empuñaban una espada y no un cálamo de madera tallada. La respuesta le había cambiado la vida. 

—Es por las palabras —El novicio frunció el labio superior, esperando una réplica algo más elaborada. Su maestro no se hizo de rogar. 

—Las palabras tienen el poder necesario para cambiar el mundo. Las palabras pueden dar vida, pero también la muerte. Una sencilla frase, Ubi tu Gaius, ego Gaia, puede unir dos almas para siempre, convertir dos cuerpos en una sola carne. Otra combinación diferente, sentar la paz entre dos pueblos; o tornarlos enemigos irreconciliables. En las palabras cobra forma el pensamiento, el intelecto, nuestra esencia y lo que nos hace especiales y diferentes del resto de seres de la Creación. Contienen un alma propia, una magia que se hace evidente al ser pronunciadas o escritas. Las palabras dan validez a un juramento, atan a quien lo pronuncia para siempre a los ojos de los hombres y los dioses. Son una condena, pero también una liberación. Culpable o inocente son dos meras combinaciones de letras que, sin embargo, encierran el significado de una vida. 

La voz del anciano fluía con naturalidad, como quien ha repetido, asumido e interiorizado tal conocimiento y lo ha hecho suyo por completo. Era una fe firme e inquebrantable, un pilar fundamental de su vida, en el cual se basaba también la de todos aquellos que vivían bajo aquel mismo techo. Con sumo cariño, apoyó la mano en el hombro del novicio y alzó la otra hacia la estatua. El mármol se había ido corrompiendo con los años debido a las inclemencias del tiempo, pero era indudablemente bella. Representaba a un varón desnudo, con cabello largo y rizado en elásticos bucles, con las manos alzadas sosteniendo un papiro y una pluma. 

—Si recuerdas las enseñanzas de la escuela, reconocerás en este insigne varón a Apolo, el patrón de las artes. Lo mandó esculpir ex profeso el fundador de este lugar para que recordásemos siempre cuál es nuestro cometido. Tan solo aquellos que, como tú, hayan perdido la noción del tiempo "por leer un poco más, una línea sólo, un par de frases", comprenderán que dediquemos nuestra vida y nuestro esfuerzo a conservar todos estos libros que copiamos cada día. Somos guardianes del conocimiento, protectores de esa magia que reside en las palabras y que, de no ser por nuestra obra, se perdería irremediablemente en el tiempo. Renunciamos a los demás sueños y ambiciones porque nuestro deseo es cuidar de esas palabras que no tienen otro protector que nuestras manos. El cálamo es nuestra espada; la tinta, la sangre con la que regamos el campo de batalla. Y la mejor victoria es saber que en el mundo hay otro ejemplar que asegura la permanencia de ese libro en concreto a lo largo de la historia. El futuro está lleno de peligros que amenazan su supervivencia. Es gracias a nosotros que ve aumentadas sus posibilidades de evitarlos. 

El joven novicio estaba visiblemente emocionado por cuanto acababa de escuchar y miraba ahora la estatua con otros ojos. Con delicadeza apartó unas hojas secas del pedestal y apretó los labios. 

—A veces, cuando llevo muchas horas escribiendo, mi vista se nubla y tiemblan mis manos. Entonces debo dejar el stylus y descansar para poder seguir copiando. Pienso que me gustaría tener un trabajo más ligero, menos duro. O incluso ninguno en absoluto. Dedicarme a meditar. O a labrar el jardín, me gusta sembrar y cuidar de los frutos de la tierra. Pero entonces alguna palabra capta la atención de mi vista errabunda, y lo siguiente de lo que soy consciente es del paso del tiempo. El rasgueo de la punta del cálamo en algún pergamino cercano o el canto de un pájaro en la ventana me devuelven a mi mesa, y me encuentro con un dedo marcando el lugar donde me quedé copiando, enterrado bajo varias páginas que he ido surcando sin ser siquiera consciente de ello. Y no puedo evitar sonreír, maestro, y el peso del día se aligera y sigo trabajando con el corazón elevado. ¿Es ese el poder de las palabras? 

El maestro sonrió y asintió, conduciendo con suavidad al joven hacia la sala común, donde quizás aún quedase algo con lo que poder llenar el estómago. 

—Ese, hijo mío, es un don del que pocos disfrutan, un regalo que los dioses prodigan con mesura. Y hemos de dar gracias por que nos hayan considerado dignos de recibirlo. Mañana, cada día del resto de tu vida, mientras tus fuerzas y tu vista te lo permitan, ante ti hallarás un universo desconocido que abrirá tu mente a miras imposibles siquiera de imaginar. Descubrirás el pasado, el presente, el futuro; el corazón y el alma humana. Y poco a poco las palabras irán revelándote su magia hasta que algún día, dentro de muchos años, recibas tú también esta pregunta y seas transmisor de esa esencia que las convierte en algo digno de ser preservado: el poder de las palabras. 

Las dos figuras se perdieron entre las sinuosas sombras que generaba el baile errático de las velas y a su espalda se cerró la gruesa puerta de madera que impedía que el cálido ambiente del salón común se escapase hacia lo profundo de la noche. Entre dos de aquellas columnas, un rayo de luna cubría de luz y sombra el rostro de la estatua de mármol, creando un curioso efecto. En el atrio porticado de aquel monasterio, Apolo parecía sonreír.